Ah, y para terminar, una de fútbol, que siempre es muy relajante. Hoy, aprovechándome de que aún sangra la herida en la mano de Messi tras el pisotón del buenazo de Pepe (30 millones le costó al Madrid la criatura), quiero rendir homenaje a esos futbolistas que nunca ganarán el FIFA World Player ni el Balón de Oro pero sin cuya inestimable labor, el planeta fútbol sería un paraje mucho más desolador, un aburrido paraíso de cervatillos y ponis driblando sin oposición en la yerba de esos campos de Dios. Me estoy refiriendo, claro está, a los leñeros.
El fútbol no sería futbol sin los leñeros, esos asesinos a sueldo millonario que se ganan la vida limando tibias y peronés ajenos. Una mezcla entre cuerpo de élite y macarras callejeros, gladiadores modernos que salen a la cancha de juego como quien sale a pacificar Irak. Saben que su misión no es ni marcar goles ni impedirlos, sino darle trabajo al gremio de los traumatólogos. Virtuosos de la coz, catedráticos de la protesta airada, genios de la desfachatez y chamanes de las malas artes, estos “asesini” tienen un instinto natural para infundir el miedo en sus rivales. Con los cracks de su deporte, los Messi y Cristiano Ronaldo de turno, comparten la capacidad para desestabilizar partidos de un puntapié certero. Tienen licencia para pegar.
Ah, los leñeros, que panda entrañable. A todos nos horrorizan sus espeluznantes y alevosas entradas, y cada vez que perpetran una se nos llevan los demonios clamando justicia contra ellos. Claro que si el leñero juega en nuestro equipo, entonces la cosa cambia. Entonces lo violento se convierte en viril, la víctima en provocador y el criminal en justiciero, tal es la magia de la subjetividad de los colores en el futbol.
Leñeros ilustres los ha habido siempre, en España (los más queridos) y en el extranjero. Más allá de nuestras fronteras, la escuela italiana es una de las más reputadas, con numerosos virtuosos de la agresión: Bergomi, Gentile, Ferrara, Tasotti, Materazzi… la lista es casi tan extensa como la de sus infortunadas víctimas. Tampoco los argentinos son precisamente tibios a la hora de arrear: Ruggeri, Passarella o Ayala son exponentes de la formidable patada gaucha. En Inglaterra encontramos al cinematográfico Vinnie Jones, el psycho por excelencia del futbol británico, o a Terry Butcher, un “carnicero” con todas las letras.
De los patrios, homenaje especial al recientemente fallecido Juan Carlos Arteche, recio central que sembraba el pánico en las áreas del Vicente Calderón con su bigote de guardia civil y su facilidad para sacar a pasear los tacos. Contemporáneo de Arteche (si no me falla la memoria ambos llegaron a coincidir en el eje de una escalofriante defensa de la selección española) era Andoni Goicoechea, que pasó a los anales de la historia gracias a un viaje que le pegó a Maradona que ríetet tú de Willy Fog y su vuelta al mundo. A uno al que casi no vi jugar porque es un poco anterior, pero las crónicas aseguran que no se andaba con chiquitas, fue a Goyo Benito, quien además de ser un “capo” entre los leñeros, al ser madridista, ya se sabe, gozaba encima de impunidad arbitral.
Mi equipo, el Valencia, también ha dado espléndidos ejemplares de leñeros. De todos ellos me quedo con Carlitos Marchena, que además de dar hasta en el carnet de identidad, era un maestro en protestarle al árbitro hasta las faltas más flagrantes. Un caso a estudiar porque cuando se olvidaba de ese tipo de guerras absurdas, el sevillano era un buen defensa. Por desgracia, no se olvidaba casi nunca.
No eran sevillanos pero sí jugaban en el Sevilla y los dos sacudían de lo lindo Javi Navarro y Pablo Alfaro, leñero de pro éste último y con titulación, ya que era médico, nada menos, con lo que se puede decir que él mismo se creaba a sus propios pacientes.
“Tarzán” Migueli fue el rey de la selva en el Barcelona, como lo fueron en su época una gran pareja de leñeros que además no jugaban mal al futbol: Fernando Hierro y Miguel Ángel Nadal. Eternos rivales en sus equipos y cómplices de trastadas en aquella selección de Clemente que jugaba con cuatro atrás y otros dos defensas centrales en la posición de medio centro.
Y de medio centro jugó el otro día, y también en alguno de los muchos clásicos de la temporada pasada, Pepe, el último en incorporarse a esta lúgubre lista. Su especialidad, el claqué, como bien saben Casquero y su última víctima, Messi. Él dice que fue sin querer. Angelito.
Que le den el príncipe de Asturias de la Concordia.